sábado, 2 de mayo de 2020

Ingrávida bajo el mar



Adoptada por la Madre Tierra

Una mañana a finales de abril, despertó de un sueño cayendo en que dentro de poco llegaría el día de la madre, huérfana desde hace años, se levantó de la cama, vistiéndose y mientras se preparaba el café repasaba el plan, cuando terminó, silenciosamente abrió la puerta y nada más bajar las escaleras se puso a correr, menos mal que la puerta del patio estaba abierta porque si no
 sin apenas pisar la calzada ya presentía un buen rollo increíble.








Corría tan rápido por callejuelas y avenidas como sus piernas le permitieran, y sin tener ningún reparo en detenerse bajo la sombra de cualquier árbol, concentrada en su respiración para no ahogarse a la primera de cambio, estiraba su cuerpo sometido al esfuerzo por una libertad tan sagrada como el alma que lo albergaba. Motivada por el fuerte olor a hiervas y flores, recobraba el aliento, pues el rocío era tan presente bajo la luz de la Luna que asomaba tras las nubes, que llegaba a mojar los calcetines de deporte y las zapatillas que calzaba, y avanzaba con el propósito de conseguir su misión del día. 
Aún no había amanecido cuando ya llevaba medio camino andado; la ciudad avanzaba ante ella vacía, desértica, silenciosa, sin abrazos, e insípida a los besos entre amantes y familiares, era una imagen desoladora, triste, dantesca, parecía estar viviendo un capítulo de las serie de Black Mirror.







Y es que en la raza humana se había producido una gran tragedia, la epidemia de un virus amenazaba la salud de quien no tuviera la prudencia suficiente de protegerse. La sanidad se había privatizado hasta tal punto que los habitantes de las poblaciones caían como moscas, mascarillas y guantes se agotaban en los supermercados mientras los supervivientes permanecían en sus casas, aterrados, confinados y enganchados a la información que circulaba por las redes, colapsando cables, antenas y satélites; la información tanto alentaba con las buenas acciones ciudadanas, como deprimían los bulos políticos y empresarios que retransmitían los periodistas bajo órdenes capitalistas.








Harta de tanta locura, volvía a correr, y motivada por la brisa del mar que intentaba despeinaba su pelo, quitóse la gorra pensando que ya era el un último tramo y pronto, habría llegado a su destino. Exhausta sudaba el café del desayuno, alzó la mirada hasta donde su vista alcanzaba y de izquierda a derecha con el cuello firme, miraba el inmenso horizonte costero, y despacio, tomándose su tiempo, iba abriendo más los ojos a la vez que relajaba su vista, no se lo podía creer y giraba la cabeza con asombro, de derecha a izquierda, una y otra vez asegurándose de que efectivamente, no era un sueño sino un regalo de la Vida.








Poco a poco se fue quitando la ropa hasta quedar tan desnuda como vino al mundo y desde la orilla, las cristalinas olas mojaban sus pies, hundiendo sus talones en la arena suavemente hasta sentir en sus dedos las cosquillas de la emoción. Piernas, glúteos, abdomen, pechos, brazos y hombros se sumergieron de golpe en un zambullido alertando a los peces de su llegada, las canas dejaron de brillar, enredándose entre si formando garabatos en su flaca y deformada sombra. 








No necesitaba salir a la superficie, tenía los pulmones cargados de aire suficiente para permanecer durante un buen rato buceando, gustosa por el placer por el sonido de la profundidad, que tanto le recordaba (por instinto) al del interior de la placenta, escuchaba los sonidos del corazón del océano y el circular de los ríos, el rugido de las cascadas más lejanas y el correr del agua por las acequias, que delicadamente regaban los campos más cercanos como venas terrestres, ella permanecía flotando boca abajo en el mar, abriendo los ojos picorosos por la sal.

Era el momento y el lugar para un aquelarre, con su madre de la mano todo era posible.
Sanada por el baño se tumbó a secarse con el sol.








Texto: Sonia Sempere
Fotos: Sonia Sempere

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